domingo, 21 de diciembre de 2008

Apóstoles 2


Mateo

La barra de la esquina había agregado a un nuevo miembro. El chico nuevo del barrio se llamaba Mateo. Era un pibe simpático y comprador. Poco le costó hacer migas con los muchachotes del barrio y ser uno más de los que se sentaba contra el paredón de la fábrica de muebles a fumar, y divertirse un rato, pero como ellos mismos decían, sin molestar a nadie. Las tardes después del colegio eran las más esperadas por Mateo.
Sus padres se habían mudado al barrio desde el interior, por trabajo. Él era hijo único, y la verdad sea dicha, nunca le importó mucho no tener hermanos. Siempre se las arreglaba para crearlos. Sí, crearlos es la palabra correcta.
La imaginación de Mateo no tenía límites cuando se trataba de crear amigos. Cuando tenía cinco años les presentó a sus padres a un tal Jesús, que obviamente no existía. Los padres, siguiéndole el juego le sonrieron la picardía. Incluso ponían de vez en cuando un plato más en la mesa.
Pero la cosa se fue agravando. Un día la maestra de séptimo los citó para conversar sobre Mateo.
- Es buen chico, aunque tiene un comportamiento algo extraño.- Les dijo la señorita Elena. – Por momentos lo reto porque habla, y el me responde que es de mala educación no responder cuando alguien le habla. Y eso no sería malo, si alguien más hubiese hablado.
Esa noche después de cenar hablaron con Mateo, que juró que un tal Ignacio, un señor de unos cincuenta años dijo, le preguntaba la solución del problema de matemáticas.
Las cosas poco a poco empeoraron. Fue allí que los padres decidieron que lo mejor era mudarse a la capital.
Unos meses después la enfermedad de Mateo se volvió incontrolable. Se lo veía solo contra el paredón de la fábrica de la esquina hablando, fumando y riendo, todas las tardes.
Los muchachos del barrio lo miraban cuando pasaban por allí para ir a la plaza a jugar a la pelota.
- Ahí está- decían- El loquito que habla con el humo. Y todos se reían.
Una tarde de verano, Mateo no se presentó en el comedor del pabellón. Los enfermeros lo encontraron colgado de un cinto en un baño. Su rostro morado por la falta de oxígeno resaltaba aún más la sonrisa muerta en su boca.
En la pared estaba escrito con un trozo de carbón “Jesús, yo sé que vos estás”.
Mateo es el segundo apóstol de esta historia.

2 comentarios:

Mauro Fernández dijo...

La costumbre de matar o morir, por la existencia de un Jesús en nuestras vidas.

Rufina dijo...

No dejas de sorprenderme.
Nunca dejes de escribir,,,