sábado, 26 de mayo de 2012

Hablemos de fantasmas

Hablemos de fantasmas



Seguramente no seré el primero en denunciar públicamente a estos seres espectrales que deambulan por nuestra ciudad cómo si fuese gente la que faltase. Está claro que usan otro plano, o al menos, eso me dijeron. 
He tenido la suerte de conocer a algunos, incluso, tomo café con ellos en el barcito que está sobre Gorriti. 
Sé que hay fantasmas muy atrevidos. Hay uno que les toca el culo a las chicas cuando pasan por la esquina de Borges y Costa Rica las madrugadas de verano...Sus amigos lo llaman "el Chino", aunque él jura que es de Corea. Se murió mientras regaba las plantas de su jardín, pegado quedó cuando el chorro de agua de la manguera le dio de lleno a la caja de luz que se escondía atrás de la madreselva. Si bien nunca admitió que era él quién les tocaba el culo a las chicas, tiene una cara de degenerado que de verlo no más, te cruzas de vereda. 
También está el Juanca, un viejo canoso y medio rengo. Quizás el Juanca es uno de los fantasmas más respetados del grupo. Era profesor de historia, según cuenta, y odiaba a Sarmiento. Un borrador lanzado con excelente puntería por parte de Gutiérrez, de 3A, le dio de lleno en la nuca y ahí no más cayó desplomado en el aula. Hoy Gutiérrez es policía de la bonaerense, y vive con miedo. Ya se mudó tres veces porque los ruidos que hay por las noches en su casa no lo dejan dormir. Nunca se supo en la escuela quién había tirado el borrador. Esas cosas, seamos honestos, no se ventilan. 
El Juanca es, por lo general, el primero en llegar al bar. Siempre está de buen humor, hasta que alguno pregunta algo sobre Gutiérrez o menciona a Sarmiento. Ahí se pudre todo.
¿La dama de blanco? Se las presento. Su nombre es Alicia. Le gusta merodear por la zona oeste. Varias veces en Merlo hablaron de ella, porque tiene la costumbre de subirse al 501 en la estación de Libertad, y se baja sin que el colectivo pare en el cementerio de Santa Mónica. Se tira, como quién dice, por la ventanilla, y ahí le da por correr frente a la mirada de todos los pasajeros, y entrar en el cementerio atravesando los muros. Algunos la llaman "la llorona", e incluso inventaron que llora porque le mataron a un hijo en esa ruta. Pero no, la verdad es que llora para darle  más emoción al momento. Cuando se tira del bondi, disimuladamente se mete los dedos en la garganta hasta que le saltan algunas lágrimas. Recuerdo una vez que el Chino le quiso tocar el culo. Alicia lo miró tan fiero que el degenerado se fue y no pisó el bar por dos meses. 
Hay fantasmas que creen en fantasmas, y se asustan con tan sólo ver una sábana colgada en la terraza. Quedan blancos... del susto! Por lo general son los novatos, los que murieron en los últimos diez o quince años.  No logran dar cuenta de su muerte, y piensan que están en un reality onda tren fantasma. A veces despiertan en el resto del grupo lástima, y otras (la mayoría) risas. A mi me caen bien. Son como nenes tratando de entender a los adultos.
En el barrio de Flores, están los fantasmas más sensibles. Los poetas, los cuentistas, los fantasmas enamorados. Pero no seré yo quién de cuenta de estos espectros. Ya han hablado antes y la verdad muy bien, de alguno de ellos.
Cada vez que se abre un nuevo negocio en el barrio, se hace un sorteo para designar a quién le toca darle la bienvenida al barrio al nuevo comerciante.  Por suerte para ellos, el Chino no tiene permitido participar en estas cosas. En otra oportunidad les contaré que hizo el tipo éste con el empleado de la churrería de la calle Thames, y dónde quedó la mayor parte del dulce de leche que usan para rellenar los churros.
Hay una mina que desde hace tiempo intenta fotografiarlos. Se la ve dando vueltas por la esquina del bar, con las cámaras y un aparatito casero que ella cree, le avisa de la presencia de las ánimas. Los muchachos la llaman Marcela. Uh! Me acordé de una que es mundial. Cuando el Chino vio a Marcela decidió que le gustaba. Pero cómo todos nos pusimos a decirle cosas, prometió que sólo la visitaría en un sueño y que no la asustaría para nada. Creo que fue uno de los novatos el que sugirió que tome la forma de algún fantasma conocido. Pero el Chino no lograba convencerse de qué modo aparecer, entonces el novato le dibujó sobre una servilleta a los clásicos fantasmitas del PacMan. No sabemos si ella logró ver que detrás de aquella invasión onírica, el Chino, quizás por primera vez, declaraba su amor a la fotógrafa. Desde entonces, no volvió a ser el mismo.
También está Cachito. Cacho era un excelente cantante de tango. El pucho lo llevó al hospital y la noticia de la muerte del Polaco, a la tumba. De noche, en la esquina de Julián Álvarez y El Salvador, se lo escucha silbar “La última curda”, y si está lloviendo, y por eso hay poca gente en la calle, se anima a cantar a viva voz “Desencuentro”. 
Todos son muy particulares, debo admitir, que los que más me gustan son los más osados. Poco a poco me van aceptando. Para ellos no es fácil abrirse a alguien como yo. La primera vez que me acerqué al bar los encaré de una. Les dije: muchachos... yo los veo.  Y ahí no más los describí a los cuatro. Se quedaron mudos, cancelaron al escoba del quince para otro momento, y empezaron a preguntarme todos los qué, los cómo y los cuando. 
La semana siguiente, me presentaron a Alicia. Y así, de a poco, me fui sumando a la mesa del café. La primera vez que hicimos pareja con Juanca para la escoba, la rompimos. Creo que fue desde ese momento, donde el Juanca decidió apadrinarme y dio la orden de que nadie me joda.
Desde entonces, hace ya ochenta y tantos años, los jueves de escoba, y los martes de café, son dos reliquias que guardo profundamente en éste frió corazón.


domingo, 1 de enero de 2012

aquellas viejas cosas

¿Vos que me vas a venir a decir a mí? Si yo me las se todas sobre esos festejos donde se juntan las mugres con los petardos y los ladridos que despiertan al niño Jesús.

Mirá, dejame que te cuente que cuando éramos chicos con el Aurelio, Madre nos arrastraba perfumados hasta la casa de la tía Lucrecia. Lo primero que recuerdo es el calor. Siempre pensé que por éstos pagos las fiestas deberían festejarse en agosto, quizás el 26 de agosto (¿lindo día no?) Y llegábamos transpirados después de un tren y un colectivo y una caminata desde la estación hasta la esquina de Rodriguez Peña donde vivía la tía.

Lucrecia era la hermana mayor de papá. Siempre fue vieja, y cómo toda vieja dejaba ese olor tan particular a la colonia esa que vendían por litro en la perfumería. Papá decía que Lucrecia lo había criado, que era cómo una madre para él. Y se ve que sí, porque era la tía quien le cubría todas las cagadas a Padre. Incluso esas que hacían llorar mucho a Madre. La casa de la tía tenía una puerta verde, me acuerdo, con un coso de esos redondos y adornados que le colgaban cada año para esas fechas.

Ahí no más empezaban los gritos, porque te digo, creeme eh, que en mi familia no se habla, se grita. Que la ensalada de frutas, que el pan dulce, que quién rompe las nueces, que Cachito éste año no vendrá ya que está de guardia, que alguien arregle esa mesa que se mueve toda y se va a caer la ensalada rusa que tanto le costó a Madre preparar y llevar en el tren, el colectivo y la caminata.

La parentela iba llegando, y el Aurelio ya se había ensuciado todo. Y había que cambiarlo y retarlo, y prepararlo para que cuando Padre llegue lo reciba como es debido. Y ahí no más, cerca de las ocho, llegaba la Margarita, que siempre lloraba cuando estaban por dar las doce. Y con la Margarita llegaba también Lucio, su hijo, que no se si te enterastes vos, pero es maricón. Una vez tuvo el desparpajo de cantar una canción después de la cena y cantó una de un tal Miguel Molina o algo así. ¡Cada familia es un mundo, viste! Ahí no más, se levanto Padre y le pidió que se vaya, que esa era una casa decente. Antes se respetaba mucho el hogar.

El caso es que cerca de las doce volaban los platos y entraban los dulces y la sidra. Y entre los llantos de la Margarita, la tía Lucrecia (siempre de negro me acuerdo), decía una seguidilla de siete aves marías, se comía doce uvas y prendía ocho velas.

En la casa de al lado de la tía vivían los Rozencwaig, judíos vistes, y no festejaban no, pero la verdad es que respetaban eh! Incluso don Isaac algunas veces se atrevía a pasar con una sidra y saludar a los presentes.

Otra cosa que me acuerdo son los ladridos de los perros de tía Lucrecia. Se ve que los petardos les asustaban y ladraban como si hubieran visto al diablo (con perdón de la palabra, nena).

Tipo dos de la mañana ya estaban todos borrachos, pero no era como ahora, eran borrachos simpáticos, que contaban anedotas vistes. Madre ya nos había acostado en la pieza del fondo a mí, al Aurelio y a la Margarita, que siempre nos la metían en la pieza y lloraba hasta que dormía ( que en paz descanse, murió un año nuevo encima)

Así que como te digo, vos dejame a mí organizar todo esto, nena. Yo sé de estas cosas.

Si querés ayudar, ponete a romper nueces ¿Querés? Uhhh, timbre! Ya vaaa, ya vaaa!!! Espero que sea la Cristina y que haya traído la ensalada rusa, sino me voy a volver loca con todo lo que tengo para hacer. Ya va!

No, nena, así no, mejor dale con el mango de la cuchilla que con los dientes te vas a lastimar.

(Feliz 2012) Gonzalo.