Juan era un tipo de esos que para aguantarlo había que estar
preparado. Era un clásico de “se las sabe todas”. A modo de ejemplo, recuerdo que si vos
estuviste de viaje en Bariloche, él tenía un tiempo compartido en Bariloche. Si
vos viste una película, él te nombraba tres o cuatro que eran mejores. Si a vos
te dolía la muela, él se había sacado las cuatro de juicio hacía años.
Juan, era insoportable. Ni siquiera de pibe la muchachada se
lo bancaba. Las excusas más indecorosas fueron inventadas para lograr zafar de
Juan. No lo querían ni para arquero.
Incluso cuando pintaba una escondida, y no era posible evitarlo, lo hacían
contar hasta cien, y todos los pibes se iban a jugar a unas cuantas cuadras. Esto
generaba eternas búsquedas de gente que nunca se escondió, pero que no quería
ser encontrada. Conozco varios que aún siguen así.
En la secundaria la
cosa, si es posible, mejoró un poco. En el segundo B del turno tarde había un
pibe que era peor que Juan. Sencillamente, un boludo. (Disculpe usted)Esto le
permitió a Juan formar parte de los del medio. O sea, no estaba con el grupo de
los piolas, pero tampoco en el de los salames. El otro pibe se llamaba Raúl,
hoy es ministro de no sé qué.
En cuarto año, a Juan le llegó el amor en forma de Sabrina.
La piba, hay que decir la verdad, era más fea que una cucharada de moco, pero a
Juan le gustaba. Hoy a la distancia puedo decir que lo que hubo entre ellos fue
amor. Quizás un amor como el que muchos de nosotros quisimos tener.
Sabrina era una amante fervorosa. Usaba todos los recovecos de la escuela para
besar a su amado y manosearlo un poco. Mirta, la portera, los encontró una vez
detrás de un armario de la biblioteca. La chica estaba enseñándole a Juan su
nuevo corpiño. Una descocada. No
recuerdo si tenía buenas tetas, pero puedo afirmar que eran dos.
En el viaje de egresados, rompieron. Ella le hizo un guiño
indecente al coordinador del viaje. Juan no pudo soportar los celos y delante
de todos, le gritó improperios que no me atrevo a repetir acá. Sé que nunca más
le dirigió la palabra, aunque muchos juran que vieron a Sabrina llorar y pedir
perdón todo lo que quedaba del año. Juan se mantuvo inmutable, señor juez, in
mu ta ble.
En la facultad, volvió a ser el Juan de siempre.
Insoportable. Se le dio por estudiar historia. Imagínese usted lo que eso
significaba. Lo primero que hizo en primer año fue comprarse un gato al que llamó
Hammurabi. Y a la perra que tenía, que
se llamaba si mal no recuerdo, Laica, le re bautizó Nefertiti.
En segundo año, se cortó el pelo a lo Nerón. La verdad, le
quedaba espantoso. Finalmente, y para no
abundar en detalles, le puedo decir que se recibió de profesor de historia. Por
esa época, sus compañeros lo llamaban a
escondidas Carlitos. Claro, no es gracioso, pero ellos lo decían por Carlos IV,
el más tonto de los tontos de la historia.
No sé si alguna vez tuvo algún verdadero amigo. Sé que se le
acercaban algunos para que Juan le compre alguna bebida o le convide algún cigarrillo. Una vez
uno de ellos, que si me permite, señor juez, prefiero mantener en el anonimato,
me aseguró que Juan planeaba hacer algo grande con su muerte, porque según
decía, la vida había sido una mierda. Disculpe usted mi lenguaje.
Si de algo me arrepiento es de no haberlo conocido mejor.
Dicen que más allá de lo pesado que era, en el fondo, era buen tipo. No creo, su señoría, que haya sido premeditado.
Fue… ¿cómo le dicen? Un brote. Para mí no aguantó más y ese día se dijo que
debía hacer algo para cambiar la historia. Su historia.
Seguramente alguien lo lloró. Dicen que sus últimas palabras
se las dedicó a Sabrina, o al menos, eso interpretan aquellos que lo conocieron mejor. “turra…turra”.
En fin, espero haberle esclarecido parte de este asunto. ¿Me
puedo retirar?