miércoles, 7 de enero de 2009

Apóstoles 7


Pedro

Las luces aún no se habían apagado marcando el inicio del recital. Las almas ansiosas de emoción palpitaban apretujadas unas contra las otras en ese festín que auguraba emociones fuertes.
Pedro, cerca de la valla del escenario, bien adelante como siempre, transpiraba y sonreía mientras acompañaba los cantitos de aliento a la banda que estaba por salir.
Se trepó a una valla cercana y miró para atrás, quería ver la cantidad de gente que había ido al recital. Era muchísima, y todos emocionados.
Fijó su vista en una piba con una remera amarilla, que sobresalía entre tantas remeras negras…y ahí fue cuando sucedió.
El tiempo se detuvo como suele suceder en algunas películas. Todos los presentes quedaron con gestos extraños, brazos alzados, bocas abiertas, el humo de los porros congelado en el aire.
Pero Pedro notó que él podía moverse. No lograba entender, y por un momento atribuyó todo eso al efecto del encierro y el humo. Pero no.
Miró nuevamente a todos, pudo ver gestos congelados mirase donde mirase. Miles de pensamientos pasaban por su cabeza: gritar, salir corriendo, no hacer nada, reírse, llorar, temer.
Se decidió por no hacer nada. Bajó de la valla y empezó a caminar entre los cuerpos congelados, los podía mover cómo si de maniquíes se tratara, parecía como si además de estar duros, estuvieran vacíos. Así, moviendo gente, llegó al centro del lugar.
¿Cuánto tiempo duraría este sintiempo? ¿Afuera sería igual, o el capricho de Cronos valía sólo dentro del recital? Pedro sintió que le faltaba aire, intentó respirar hondo, y no hubo caso. Nada, sus pulmones no conseguían obtener nada dentro de esa nada.
Eso era raro… Sintió desmayarse, e intentó aferrarse a un maniquí que tenia al lado. No lo logró, cayó de rodillas al suelo sucio.
Allí pudo ver las piernas rígidas que lo envolvían todo. Y el resplandor amarillo naranja por detrás.
Intentó respirar hondo, una vez más. Ahora algo de aire entraba a sus pulmones. Abajo, aún quedaba oxígeno.
El resplandor se acercaba y Pedro comenzó a sentir calor. El tiempo parecía dispuesto a quedarse así para siempre.
Los maniquíes que lo rodeaban comenzaron a derretirse, el calor era insoportable. En un último intento, Pedro, cerró los ojos y con todas sus fuerzas deseó despertar. Pero nada cambió. El resplandor lo envolvió todo. El calor lo llenó todo. Pedro comenzó a derretirse junto a los demás.
El incendio devoró todo. Casi 200 muertos. Y entre ellos, Pedro.
Pedro es el séptimo apóstol de esta historia.

2 comentarios:

El Gato dijo...

Esta parte de la historia de los Apóstoles está especialmente dedicada a Mauro. Porque lo quiero, porque lo escuché y lo admiré, porque es mi amigo y sobre todo, porque el tiempo no lo congeló y le permitió seguir andando.

Mauro Fernández dijo...

Imposible escribir.

Sólo sabé, más allá de lo que te dije y digo personalmente, que el calor de la amistad cosechada es más fuerte que cualquier ráfaga helada de muerte. El amor, en sus distintas formas, me hace vivir y andar.

Vos, sos parte fundamental. Fuiste la puerta a todo lo que hoy me sostiene, y sos el compañero que nunca quisiera perder.

Te quiero.

Gracias por todo.