domingo, 1 de enero de 2012

aquellas viejas cosas

¿Vos que me vas a venir a decir a mí? Si yo me las se todas sobre esos festejos donde se juntan las mugres con los petardos y los ladridos que despiertan al niño Jesús.

Mirá, dejame que te cuente que cuando éramos chicos con el Aurelio, Madre nos arrastraba perfumados hasta la casa de la tía Lucrecia. Lo primero que recuerdo es el calor. Siempre pensé que por éstos pagos las fiestas deberían festejarse en agosto, quizás el 26 de agosto (¿lindo día no?) Y llegábamos transpirados después de un tren y un colectivo y una caminata desde la estación hasta la esquina de Rodriguez Peña donde vivía la tía.

Lucrecia era la hermana mayor de papá. Siempre fue vieja, y cómo toda vieja dejaba ese olor tan particular a la colonia esa que vendían por litro en la perfumería. Papá decía que Lucrecia lo había criado, que era cómo una madre para él. Y se ve que sí, porque era la tía quien le cubría todas las cagadas a Padre. Incluso esas que hacían llorar mucho a Madre. La casa de la tía tenía una puerta verde, me acuerdo, con un coso de esos redondos y adornados que le colgaban cada año para esas fechas.

Ahí no más empezaban los gritos, porque te digo, creeme eh, que en mi familia no se habla, se grita. Que la ensalada de frutas, que el pan dulce, que quién rompe las nueces, que Cachito éste año no vendrá ya que está de guardia, que alguien arregle esa mesa que se mueve toda y se va a caer la ensalada rusa que tanto le costó a Madre preparar y llevar en el tren, el colectivo y la caminata.

La parentela iba llegando, y el Aurelio ya se había ensuciado todo. Y había que cambiarlo y retarlo, y prepararlo para que cuando Padre llegue lo reciba como es debido. Y ahí no más, cerca de las ocho, llegaba la Margarita, que siempre lloraba cuando estaban por dar las doce. Y con la Margarita llegaba también Lucio, su hijo, que no se si te enterastes vos, pero es maricón. Una vez tuvo el desparpajo de cantar una canción después de la cena y cantó una de un tal Miguel Molina o algo así. ¡Cada familia es un mundo, viste! Ahí no más, se levanto Padre y le pidió que se vaya, que esa era una casa decente. Antes se respetaba mucho el hogar.

El caso es que cerca de las doce volaban los platos y entraban los dulces y la sidra. Y entre los llantos de la Margarita, la tía Lucrecia (siempre de negro me acuerdo), decía una seguidilla de siete aves marías, se comía doce uvas y prendía ocho velas.

En la casa de al lado de la tía vivían los Rozencwaig, judíos vistes, y no festejaban no, pero la verdad es que respetaban eh! Incluso don Isaac algunas veces se atrevía a pasar con una sidra y saludar a los presentes.

Otra cosa que me acuerdo son los ladridos de los perros de tía Lucrecia. Se ve que los petardos les asustaban y ladraban como si hubieran visto al diablo (con perdón de la palabra, nena).

Tipo dos de la mañana ya estaban todos borrachos, pero no era como ahora, eran borrachos simpáticos, que contaban anedotas vistes. Madre ya nos había acostado en la pieza del fondo a mí, al Aurelio y a la Margarita, que siempre nos la metían en la pieza y lloraba hasta que dormía ( que en paz descanse, murió un año nuevo encima)

Así que como te digo, vos dejame a mí organizar todo esto, nena. Yo sé de estas cosas.

Si querés ayudar, ponete a romper nueces ¿Querés? Uhhh, timbre! Ya vaaa, ya vaaa!!! Espero que sea la Cristina y que haya traído la ensalada rusa, sino me voy a volver loca con todo lo que tengo para hacer. Ya va!

No, nena, así no, mejor dale con el mango de la cuchilla que con los dientes te vas a lastimar.

(Feliz 2012) Gonzalo.

2 comentarios:

Martin Katz dijo...

Muy buen relato para un primero de enero. En su punto justo. Felicidades!!

M.C. dijo...

Que bueno!! que bueno!! Ame el detalle de "esta de guardia", los "vistes", los "nena" y el final es genial :)