jueves, 16 de junio de 2011

El regalo


EL REGALO


Lo vio venir de frente. Lo vio venir como en cámara lenta. Pensó en cerrar los ojos, en gritar, o en levantar los brazos. Pero se quedó inmóvil, cómo quién reconoce al amor de su vida en el anden de enfrente, en la caja del supermercado, en la cola del colectivo.
Todos sus pensamientos fueron hacia ella. Se dijo a sí mismo: “si he de morir ahora, será pensando en ella”.
Tuvo tiempo incluso de verse corriendo, como cangrejo, de costado, unos pocos centímetros para que no impacte en él. Pero ni siquiera lo intentó. Sus piernas eran plomos clavados en el piso, triste y gris, como el cielo que esa noche lo cubría todo.
Vio los rostros que lo rodeaban, las miradas que seguían la trayectoria de lo que vendría. No hacía falta ser matemático para calcular a unos cuantos metros y casi a la perfección cuál sería el blanco.
Estaba más que claro, era él.
La señora del paraguas bordó se llevó la mano a la boca, cómo ahogando el grito. El nene que con una mano agarraba a su papá, con la otra lo señaló mientras habría la boca. Pudo ver que el pibe se estaba manducando unos pochoclos. El padre, alto, de traje distinguido, se quitaba las gafas como para ver mejor.
El vendedor de maní, que estaba al lado del guitarrista de barba, parecía querer gritarle algo. El gordo de la guitarra suspendió una nota que quedó sonando, vibrando, en el espacio.
Su discurso no había sido tan malo. Hasta hace unos minutos incluso le había parecido convincente. El subte se alejaba y él esperaba el impacto, pero sin temor.
Día tras día desde hacía dos años se paraba en la misma estación a recitar sus sueños. El “loco lindo” le decían algunos. Él no molestaba a nadie, che. Esa es la verdad. Sin ir más lejos, más de uno que pasó por allí en pleno recitado, volvió unos días después tan sólo a escucharlo.
A él eso lo conmovía, creía en el cambio. Se consideraba afortunado de haber “tocado” a alguien, y que ese alguien a su vez lleve su discurso a otro, y ese otro a otro, y así…Hasta que su sueño se cumpla por fin.
Nuestro héroe era un guerrero. Hablaba de armas, de guerras, de fronteras, de líderes caídos en la batalla eterna. Pero ahora, ya nada importaba.
El mundo, quieto tan sólo unos instantes, le permitió comprender que todo había sido un error. Salvo, quizás, pensar en ella. Apretó los puños, y los pelitos de la nuca se le erizaron.
Y ahí, la vio. Era la misma que lo escuchó la semana pasada, y la anterior a esa. Pelirroja, alta, con pecas, ojos claros. Recordó que la primera vez tenía el cabello atado, la segunda suelto con un bucle que le tapaba el ojo izquierdo, y hoy, simplemente lo tenía libre.
Calculó su edad en vano. Más de 50, seguro. ¿Pero cuántos más? Había algo en su mirada que no reconoció enseguida, pero finalmente lo comprendió.
Ella estaba conmovida. Tenía en sus ojos esa mezcla rara que da la fe con la valentía, el orgullo con el buen hacer.
Se sorprendió repitiendo mentalmente sus palabras, sin dudas, el tiempo le había dado una oportunidad de oro.
Se vio a sí mismo caminando por el andén, parándose dónde lo hacía a diario, carraspeando para aclarar la voz, tomando aire, y diciéndolo todo:
“Yo me llamo Juan. Y ofrezco, a quién lo quiera, mi amor.
Ofrezco paz en estos tiempos de guerra y frío.
Regalo abrazos, apretones de mano, caricias.
Propongo romper fronteras para correr libres.
Te regalo a vos, sí, a vos, mi vuelo.
Ofrezco mi corazón, mi alma, cómo las mejores armas.
Tan sólo hay que pedirlo, amablemente, y te lo doy.
Yo, me llamo Juan, y soñé un mañana con todos ustedes.
Y no había llanto, no había dolor.
Mi sueño, lo comparto. Sé que no es lo común, pero…
Soy feliz haciéndolo. Gracias por esa sonrisa, me salvaste.
Gracias por escucharme, nos salvaste.
Contalo y soñá vos también”

Y todo acabó. Los ruidos, el tiempo, el nene, la señora del paraguas, el papá de gafas, el manisero y el guitarrero. Todo volvió a hacer cómo antes. Ella, emocionada, se acercaba a paso firme a Juan, lentamente cerró sus ojos, mientras envolvía su cara con las manos, y disparó.
Fue el mejor beso que le dieron en su vida. Las risas y los aplausos explotaron. Juan se quedó duro.
Ella se alejó, desbordando dicha. Acarició al nene en la cabeza al pasar.
Juran por ahí, que sólo repetía una palabra mientras se marchaba:
“Gracias”.

1 comentario:

M.C. dijo...

Uhh que groso que sos Strano. Genial el relato, me encanta el final y me volvio loca la descripcion de lo que va sucediendo en el entorno y la reaccion de los personajes!!! SALUTE!! por mas cuentos! MC.